Cinco para ser más exacto. Cuando le pregunte ¿Cuánto los había pagado? Me respondió orgullosa: "seis pesos cada uno. ¿No están bárbaros?." La verdad que yo observaba los paraguas y no podía creerlo. Corrían los tiempos en que el kilo de tomate costaba dieciocho pesos, es decir, casi seis dólares americanos (por si alguien desde el extranjero lee esta entrada). Apertura automática, telas de colores, varillas cromadas, algunos con silbatos para hacerlos diferenciadores, pirulos decorados con ribetes dorados. Y todo por seis pesos.
Transcurrieron las primeras lluvias y los paraguas soportaron estoicamente su bautismo de fuego. Pero con la llegada marzo y la proximidad del otoño empezaron los problemas. Una mañana me dirigía a una reunión. El día pintaba con una lluvia de esas que por más que lleves paraguas igual te mojás. El viento no era muy fuerte pero si insistente. Y ahí fui yo, a encarar mi día con mi paraguas de seis pesos. La combinación de un poco de viento y lluvia fue mucho. No podía mantenerlo en posición por más de tres minutos seguidos porque el viento (que vuelvo a repetir) era apenas tenue, lo desarmaba por completo.
En ocasiones, hechos como este me hubiera irritado mucho, pero por suerte me estoy entrenando para detectar oportunidades. Un emprendedor de raza debe ser capaz de transformar una anomalía en una oportunidad de negocio. Debe tener la suficiente sensibilidad para percibir las pre-ocupaciones que flotan en la sociedad. Esas de las que nadie se hace cargo y construir su identidad a partir de esas observaciones. Debe aprender de la cultura japonesa. Solo lo invisible es japonés. Claro, mi pobre paraguas era made in china.
2 comentarios:
jajajajajaj muy bueno el post !
jeje me ecanta el post!
"Cronica dse un paraguas de seis pesos"
te quiero mucho!
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